jueves, 28 de febrero de 2008

Karma


Qué herrrrmoso día! Me encanta cuando llueve. Excepto:

Cuando torrencialmente estalla el diluvio en el medio de la noche, pero no tenés un techo sobre tu cabeza.

Cuando tenés que ir a trabajar sí o sí a horario y al poner un pie afuera, te das cuenta que el paraguas que tanto adorás te abandona por rotura no de uno, sino de TRES de sus bracitos.... Ok, camperita con capucha y ya fue.

Cuando al salir corriendo a la calle con la capucha puesta (corta) recordás (en mi caso) no haberte puesto los lentes de contacto. Anteojos con parabrisas: ¿ya existen?

Cuando al ir caminando porque como siempre que el reloj apura el colectivo NO pasa, no encontrás un sólo techo (y nunca falta el cómodo en su autito - que aunque sea un fitito - pasa y te empapa)

Cuando querés cruzar la calle (no por placer, sino porque el recorrido lo exige) y el canal de la mancha te dice "saltame o mojate". No hay otra, nunca seré atleta olímpico.

Cuando a 50 metros del lugar de destino se larga con todo y terminás mojándote peor que en las 15 cuadras anteriores.

Cuando al llegar descubrís que en la oficina todo sigue igualllll, todo sigue igual de biennnn ♪ . Y la luz no se cortó, no hay gotera en ningún lado, nadie está mojado, y vos, como pollito mojado, tenés que ponerte a trabajar.

Cuando por sobre todas las cosas, uno empezó ya con las tareas habituales, mientras el Sr. Jo... se quedó en su casa, chapoteando de lo lindo. Qué lindo... día.

miércoles, 6 de febrero de 2008

El paso de “esa asquerosa y repugnante porquería” a “una pobre cosa luchando por sobrevivir”


El Sr. Jo las odia. No llega a ser una fobia, no nos pongamos en alarmistas, ni compremos medicinas, ni llamemos a Lacán. Pero no las puede ni ver. Lo dejan paralizado, con sus ojos de huevo inmóviles, esperando atento el próximo movimiento de aquella alimaña que amenaza su paz.

Anoche se levantó al baño. Antes, relojeó la esquina inferior derecha de su compañera nocturna: 2:57. Las ganas de “minijueguear” no lo abandonaban, y aunque sabía que le costaría levantarse en menos de 5 hs, alejó la silla decidido a volver por más. No podía imaginarse el trauma que viviría en minutos, que lo harían volver sudado, confundido, como si hubieran pasado décadas y un elefante por encima suyo. (sí, ya saben el final, el protagonista no muere…)

En penumbras, descalzo y tanteando muebles realiza el conocido camino. Tendría que venir, a continuación, su ritual: abrir un poquito la pueeeeerta… pasar la mano hasta el interruptor de luuuuz… accionarlo… abrirla de par en par… inspeccionar rápida y nerviosamente piso, techo y paredes mientras los ojos (esta vez granitos de arroz, como orientales) buscan acostumbrarse a la nueva luz. Y luego, finalmente, entrar. TENDRÍA, pero no. Esta vez no. La necesidad sumada a las ganas de volver rápido logran que se olvide de su sagrado mecanismo de defensa, principalmente psicológica.

Anoche abrió, puso un pie adentro y prendió la luz en menos de un segundo. Y allí estaba, la Turra. Moviendo sus antenitas, lo más pancha. Gozándolo, diciéndole “ahora, el baño es mío. Olivá o vuelo yo y pegás un grito”. El Sr. Jo, como recibiendo la orden típica de Tusam, duro. Con el picaporte en la mano, todavía. Y duro. La frente comenzó a brillar al mismo tiempo que el corazón empezó una carrera imposible de ganarle a la rapidez de movimiento que “ésa”, la turrrrrrrra, tiene para desplazarse.

¿Qué hago? ¡¿Qué hago?! Y encima, ¡descalzo! Quéhijjjjjj a de pú, jussssto ahora, jusssssto hoy… La voy a matar, por turra.

No era muy grande, ni muy vieja: marroncita, medida promedio, muy movediza. Pero ese monstruo de 6 patas lo podía. Lo dejaba hecho una gelatina de manzana: verde y tembloroso. Decidido a reventarla contra el piso, soltó el picaporte y volvió a la habitación, en busca de un par de lo que sea. Las ojotas servirían. Al volver a abrir la puerta, la muy viva había enfilado hacia él, como esperando la oportunidad de pasar por debajo, inadvertida, y huir a la libertad. No, hoy no había escapatoria. La regla nº 36 de convivencia del código del Sr. Jo indica “Todo insecto, bicho, renacuajo, volador o alimaña repugnante* que haya pasado los límites de la morada hacia ADENTRO, morirá sin piedad bajo el efecto de un zapatillazo, ojotazo, revistazo, o cualquierazo que se encuentre a mano y ayude a cumplir la misión” . Empieza la lucha.

Ennnnn esssssste rincón, midiendo uuuuno sesenta y siete, con una ojota en el pie y otra en la mano derechos, de shortcito verrrrde yyyy blanco: el Srrrrrr. Jooooooo (aplausos, por favor). Y en el medio del cuadrilátero, debajo de la pileta, con mirada amenazante, rápidos reflejos, vistiendo de marrón y defendiendo el título de “Supervivencia por Miles de Años”, laaaaa Cucarachaaaaaaa (aplausos, ovaciones y chiflidos). ¡Tin tín!

Vuela una ojota, corre hacia el inodoro, recupera la ojota ahora que ella está lejos, se seca el sudor, observa sus movimientos, titubea, va hacia el rincón, vuelve, se mete en la esquina más cercana a la puerta, a la izquierda de su oponente… cambio de estrategia, y a falta de sillas plegables, está a mano el secador de piso: ¡impacto uno! Sin éxito, corre desesperadamente hacia la rejilla, se detiene, se prepara para el impacto dos, acomoda el mango, que no se vaya a salir ahora que sino lo prendo fuego, se dirige a la esquina opuesta y espera… se hace un silencio, ambos recuperan el aliento y… ¡impacto dos! Y en dos queda partida la cuca. Vencedor: el Sr. Jo! (no hay aplausos, y ni siquiera él festeja, por temor a represalias de los familiares de la víctima)

Fin? Eso pensaba él. Sentado finalmente en el trono, después de tan ardua pelea, respira aliviado. 3 minutos duró su paz. En esos 180 segundos de gloria observó de lejos las dos partes: cabeza, antenas, 3 patas sanas y una a medio sacar, y detrás del secador, la cola, las alas todavía unidas, y el resto de las patas. Pero como en toda película de terror, donde el malo sólo muere cuando sale el sol, llega la policía o lo rematan de un corchazo en la frente, en esta desventura tampoco murió el espécimen.

Todavía sentado, se asombra al ver moverse una antena. Luego, la otra. Ahora, las dos juntas. Pobre, todavía no termina de morir… escuché que pueden vivir varios días sin cabeza, algo así como la gallina degollada (aguante Cortázar) que corre como loca un tiempo más, desesperada... Pero éste no es el caso: con rapidez extraordinaria, valiéndose de sus tres patas sanas, se reincorpora y media aturdida, empieza a caminar hacia el Sr. Jo.

“Vennnnganza!” diría Gizmo, mientras la media viva – literalmente hablando- se acerca, cada vez más rápido. Sobresaltado, se levanta, y todavía con el short limitando sus movimientos, comienza a huir arrinconándose junto a la puerta. Ella avanza, segura de sí misma, frena, limpia sus antenas y sigue… esos instantes le permiten al Sr. Jo pensar, desesperadamente, que alejado de su salvador y con las ojotas puestas, no hay más remedio que la retirada. O no… el pobre y deforme bicho llega agonizando a descansar detrás del inodoro, para reanudar la marcha quedando cerca del cepillo de baño, hasta ahora inadvertido y ausente. Con un estratégico y desesperado movimiento de nuestro aterrado vencedor, el resto viviente queda enterrado debajo de la base del cepillo.

Que descanse en paz, yo me voy a dormir. Y el Sr. Jo también.



* característica determinada según la regla nº 5 del ya citado código